El Parlamento Europeo acogió este lunes una comisión especial sobre la compra de vacunas contra el coronavirus en la que han participado diferentes farmacéuticas como Pfizer, Novavax, GSK o HIPRA. El eurodiputado neerlandés Robert Roos, del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, preguntó a la ejecutiva de Pfizer Janine Small si “se probó si la vacuna detenía la transmisión del virus antes de salir al mercado”, a lo que ella respondió que no: “Teníamos que movernos a la velocidad de la ciencia y, desde el punto de vista de ese momento, teníamos que hacer cualquier cosa con sus riesgos”.
Tras estas declaraciones, Ross ha acusado ahora a la compañía de no comprobar si las vacunas paraban la transmisión del virus, lo que, en su opinión, “elimina la base legal del pasaporte COVID-19, que ha estado basado en una gran mentira”. Desde entonces, se han publicado en redes sociales cientos de mensajes acusando a Pfizer de haber mentido a la población.
Lo cierto es que los ensayos de Pfizer en 2020 no evaluaban la capacidad de las vacunas para reducir la transmisión, sino la capacidad de desarrollar la enfermedad de COVID-19 sintomática entre población vacunada y no vacunada. Esta respuesta no es ninguna revelación: en Maldita.es hemos publicado varios artículos explicando estos resultados (ver ejemplos 1 y 2). Además, estudios posteriores y datos en el mundo real evidencian que las personas vacunadas contra la COVID-19 tienen una menor capacidad de transmitir el SARS-CoV-2 en comparación con quienes no están vacunados. Os contamos en profundidad.
El ensayo clínico de la vacuna de Pfizer estudió la eficacia de prevenir la enfermedad de COVID-19, no la transmisión, como ya se sabía desde 2020
Desde la farmacéutica estadounidense aseguran a Maldita.es que su ensayo clínico de fase 3 —publicado en 2020— fue diseñado y desarrollado para evaluar la eficacia de la vacuna para prevenir la enfermedad causada por el SARS-CoV2, incluida la enfermedad grave.
“El ensayo clínico cumplió con los dos criterios de valoración prioritarios, incluido el criterio de valoración de la eficacia, que es la prevención de la infección por COVID-19 sintomática confirmada, y el criterio de valoración secundario fue la prevención de la enfermedad grave. Los ensayos no se diseñaron para evaluar la eficacia de la vacuna contra la transmisión del SARS-CoV-2”, explican.
Resaltan que, desde su punto de vista, la autorización de la EMA sobre la vacuna “se basó en una evaluación sólida e independiente de los datos científicos sobre la calidad, la seguridad y la eficacia”, incluido su ensayo clínico de fase 3. Además, señalan que los datos de los estudios de vida real complementan los datos de los ensayos clínicos y “proveen pruebas adicionales de que la vacuna proporciona una protección eficaz contra la enfermedad grave”.
Cuando estos fármacos estaban cerca de lanzarse al mercado, revistas como Nature ya abordaron su efecto sobre la transmisión del virus. Algo que consideraban “posible”, pero que era muy “difícil de probar”. Una vez comenzaron a administrarse estas vacunas, tanto la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) como la DHSC (Departamento de Salud y Seguridad Social del Reino Unido, responsable del rastreo de casos de COVID-19) señalaron que no sabían si la vacuna frenaría la transmisión e instaron a los ciudadanos a que mantuvieran las restricciones.
La FDA aseguró entonces:“En este momento [diciembre de 2020], no hay datos disponibles para determinar cuánto tiempo durará la protección de la vacuna, ni hay evidencia de que la vacuna prevenga la transmisión del SARS-CoV-2 de una persona a otra”.
La DHSC, por su parte, explicó: “Todavía no sabemos si (la vacuna) evitará que se contraiga y transmita el virus. Por lo tanto, es importante seguir las instrucciones de su área local para proteger a quienes lo rodean”.
Pero, ¿para qué se crearon estas vacunas específicamente?
José Alcamí, virólogo del Instituto de Salud Carlos III, explica a Science Media Centre España, que los diseños de todos los estudios de fase 3 de las vacunas covid “no estaban hechos para medir este parámetro de protección frente a transmisión/infección” ya que los parámetros de eficacia que se valoraron fueron “el desarrollo de síntomas covid, leves, moderados o severos”. Lo que se recoge en los estudios, señala, es que las vacunas protegían de desarrollar síntomas, leves o graves es decir protegían frente al desarrollo de enfermedad sintomática o muerte”.
Para saber si bloqueaban la transmisión, dice Alcamí, se hubiera necesitado hacer una PCR semanal, o cada dos semanas, a todos los participantes en el ensayo [43.548 personas, en varios países] “para ver si los vacunados sufrían menos infección asintomática o no se infectaban”. Algo que considera “inviable” por el número de pacientes incluidos en estos ensayos.
África González-Fernández, catedrática de Inmunología en la Universidad de Vigo, resalta en SMC España la diferencia que existe entre que las vacunas eviten la transmisión y eviten la enfermedad: “Son dos cosas muy diferentes. La mayoría de las vacunas no evitan la transmisión del patógeno frente al cual se quiere actuar. Lo que hacen es proteger de la infección grave. No son esterilizantes”. Además, coincide con Alcamí en que los ensayos para probar que una vacuna evite la transmisión “son muy complejos”. La urgencia, dice, era actuar para inducir “una buena respuesta inmunitaria que permitiera parar la masacre de la pandemia en relación con fallecimientos, enfermos graves en UCI y hospitalizaciones”. Para González-Fernández la realidad ha acabado por demostrar la eficacia de las vacunas, pero también que eran “levemente eficaces” para evitar la transmisión del virus.
José Gómez Rial, inmunólogo del Hospital Clínico Universitario de Santiago señala en SMC España que el objetivo de toda vacuna es “evitar la muerte, la hospitalización y la enfermedad grave, nunca evitar el contagio”. Aunque sostiene que, desde ciertas instancias de la compañía farmacéutica, se atribuyeron a la vacuna “capacidades que no se habían demostrado y para las cuales los ensayos clínicos no habían sido diseñados”, por lo que considera que la vacuna “se vendió por encima de sus posibilidades”.
Las vacunas contra la COVID-19 no evitan el contagio ni la transmisión del virus, pero sí hay evidencias de que lo reducen
En Maldita.es ya os explicamos que los ensayos clínicos de las vacunas contra la COVID-19 no evaluaron si la vacuna evita el contagio. Ahora, ya sabemos que las vacunas no impiden que el SARS-CoV-2 entre en nuestro organismo. Pero, después de su uso en la vida real en millones de personas, hay evidencias de que sí reducen la infección y la transmisión del virus.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos destacaron en su resumen científico sobre las vacunas de la COVID-19 de septiembre de 2021 que el riesgo de transmisión se reduce "sustancialmente" en personas vacunadas, incluso con la variante Delta (la que más atención se prestaba en ese momento).
Un estudio realizado en Cataluña, publicado en la revista British Medical Journal (BMJ), concluyó que la vacunación con Pfizer se asoció con una reducción del 80-90% de la infección por SARS-CoV-2 entre residentes de centros de mayores, personal sanitario y sociosanitario.
Antonio Gutiérrez, farmacéutico y epidemiólogo del Hospital Universitario Virgen de Valme, y María del Mar Tomás, microbióloga del Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (Inibic), explican en este artículo de The Conversation que, a pesar de que las vacunas no se diseñaron para prevenir la infección, "ahora sabemos que todas tienen en cierta medida esa capacidad tras la pauta completa". Además, según apuntan los autores del artículo, los vacunados son menos contagiosos que los no vacunados.
La vacuna protege de los síntomas graves de la enfermedad, de la hospitalización y del fallecimiento por la COVID-19
Como decimos, las vacunas no se diseñaron para impedir que nos contagiemos con el virus, sino que su eficacia se midió en su capacidad para protegernos del desarrollo de la enfermedad.
Sonia Zúñiga, viróloga e investigadora de coronavirus en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), explicaba a Maldita.es que las vacunas nos protegen de la enfermedad, por lo que la mayoría de personas que se contagian estando vacunadas pueden ser asintomáticas o tener síntomas leves. "Esto ayudará a disminuir el número de infectados que tienen que ser hospitalizados y/o requieren ingreso en UCI y, por tanto, a disminuir el número de fallecidos. Por supuesto, esto repercutirá en evitar el colapso del sistema sanitario", apuntaba.
Ildefonso Hernández Aguado, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández (UMH), señalaba a Maldita.es que, desde un primer momento, "el objetivo de evaluación de las vacunas consistió en reducir la enfermedad y muerte, su aprobación se basó en la eficacia para este cometido". Por lo tanto, según el catedrático, lo importante es que la vacuna reduzca los síntomas graves de la enfermedad y también los fallecimientos.
En cualquier caso, recordemos que ninguna vacuna contra la COVID-19 es 100% efectiva, aunque todas tienen un porcentaje de efectividad alto. Por tanto, es posible que nos vacunemos y no obtengamos la respuesta esperada del sistema inmune.
Ni “escudo”, ni repelente de patógenos, pero no por ello menos eficaces
Zúñiga explica que las vacunas (no solo las de COVID-19, sino cualquier otra) “no evitan la exposición al patógeno y no son un escudo impenetrable”. Pero, por otro lado, hay algunas vacunas que, gracias a la inmunidad que genera y el tiempo que dura, son capaces de reducir e incluso evitar el contagio de persona a persona, como la del sarampión y la del virus del papiloma humano.
La pediatra del Centro de Salud de Nazaret (Valencia) y miembro del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría, María Garcés-Sánchez, detalló a Maldita.es que, inicialmente, se pensaba que la vacuna triple vírica (que protege de la rubeola, la parotiditis y el sarampión) no impedía al virus responsable de causar el sarampión (que es altamente contagioso) entrar al organismo y replicarse. Pero, cuando se fueron viendo los efectos de la vacuna en la población, “se observó que había cierto grado de inmunidad esterilizante (que protege de la enfermedad y del contagio)”.
Por otro lado, la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) también es otro ejemplo de solución que evita tanto numerosos tipos de cáncer de cuello de útero como el contagio a otras personas. La infección que produce este virus está muy localizada en las zonas genitales y no se extiende al resto del cuerpo, y esta vacuna “consiguió tal tasa de anticuerpos que no deja que se replique el virus en el cuello uterino, por lo que es esterilizante”, apunta Garcés-Sánchez
En el caso concreto de las vacunas aprobadas frente a la COVID-19 sabemos que no impiden que el SARS-CoV-2 entre en nuestro organismo. No obstante, Zúñiga apostilla que se cree que estos fármacos “sí impiden que [el coronavirus] se propague, por ejemplo, al pulmón”.
En definitiva, las vacunas (tanto las de COVID-19 como el resto) no funcionan como un escudo ni pueden evitar que un patógeno entre en contacto con nuestro organismo, pero no por ello las hacen menos eficaces en la prevención del desarrollo de una enfermedad y, en algunos casos, la capacidad de evitar que esa enfermedad se transmita a otras personas.