El documental de Pamela Anderson y la ‘femmefobia’: el castigo social por romper las reglas de la “mujer decente”

1 year ago 57

Pamela Anderson, femmefobia y misoginia

“No soy mala, solo me han dibujado así”, decía el personaje animado de Jessica Rabbit en la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), evidenciando que su hiperfeminidad se interpretaba como una estrategia para engatusar a los hombres. O como dice la socióloga Rhea Ashley Hoskin, investigadora en la Universidad de Waterloo (Canadá): “Se asume que quienes expresan feminidad lo hacen con el único propósito de llamar la atención sexual de los hombres. Esto las deshumaniza al considerar que no tienen agencia propia ni son dueñas de su sexualidad, sino que es algo que solo hacen para otros”. Es algo parecido a lo que señala Pamela Anderson en el recién estrenado documental sobre su vida y su carrera: “No soy una damisela en apuros, soy muy capaz, pero hay hombres que se cabrean si no eres lo que creían que eras, se vuelven violentos”.

En Pamela Anderson: Una historia de amor (Netflix), la actriz y modelo recorre su propia existencia para mostrarle al mundo quién es realmente: ni un saco de traumas, ni una mujer desposeída de autonomía. Explicar las vivencias propias, las buenas y las malas, para no convertirte en una caricatura. Para no ser lo que otros dicen que eres. “Con la primera foto para Playboy me sentí libre por primera vez. Decidí tomar las riendas de mi sexualidad y recuperar mi poder, y creo que lo hice a lo grande”, dice la artista y activista medioambiental justo después de contar tanto los abusos sexuales como la violación que sufrió en su infancia y adolescencia.

Dice la periodista Alba Correa, especializada en moda y feminismos, que “la historia de Pamela Anderson sirve para analizar algunas cuestiones vinculadas a los universos femeninos”. Por ejemplo, el slut shaming que sufrió, es decir, culparla de las violencias que ejercieron sobre ella, y justificar las mismas, por sus conductas sexuales. Pero, también, cómo el peso de la femmefobia y de la misoginia recayeron sobre ella por mostrar su cuerpo, ser rubia y haberse aumentado los pechos.

Pamela Anderson en la actualidadImagen del documental ‘Pamela Anderson: Una historia de amor’ | Netflix

Pamela Anderson: la ‘sex symbol’ que reclama respeto y legitimidad

“Nadie me toma en serio”, dice el personaje de Elle Woods en Una rubia muy legal, quejándose de que nadie la considere legítima para ejercer la abogacía por vestir de rosa, teñirse y tener conocimientos sobre moda y estética. En el documental, Pamela Anderson expresa algo parecido cuando en 2022, durante el ensayo del musical Chicago, el director le pregunta qué siente al interpretar a Roxie Hart: “Por fin se me va a respetar. Es lo que siempre he querido”, confiesa.

Pamela Anderson posó por primera vez para la revista Playboy en 1989. Ahí comienza cierta transformación física que ella misma eligió. En el set arreglaron su intento previo de teñirse de rubia y, más tarde, decidió aumentar su talla de pecho cuando se enteró de que era lo que habían hecho otras modelos a las que admiraba. “No creí que mis tetas fueran a dar tanto que hablar”, dice ahora con 55 años. Acabó protagonizando la serie Los vigilantes de la playa y se convirtió, en la década de los 90, en una sex symbol, como ella misma reconoce. 

Antes incluso de que se publicase, sin su consentimiento, un vídeo personal en el que mantenía relaciones sexuales con su entonces marido, Tommy Lee, a Pamela Anderson ya la bombardeaban con preguntas sobre sus pechos, a modo de alivio cómico. Pero el mayor momento de hipervigilancia tuvo lugar cuando les fue sustraída la mencionada cinta de vídeo.

A pesar de que tanto la obtención como la distribución fueron sin el consentimiento de la pareja, la opinión pública justificó el ataque a su libertad sexual. “Tras demandar, recuerdo entrar en una sala llena de desnudos míos. Como salía en Playboy, no tenía derecho a la intimidad. Me preguntaban por mi vida sexual, por mi cuerpo, por mis preferencias sexuales… Me hicieron sentir que era una mujer horrible y que aquello debía darme igual porque era una guarra. Yo salía en Playboy porque quería, porque me hacía sentir empoderada, pero esto sí lo sentí como una violación”, relata.

La investigadora Rhea Ashley Hoskin, especializada en el estudio de género, sexualidad y feminidad, explica a Newtral.es que “la feminidad no se toma en serio, se trivializa, se considera poco creíble, falsa, indigna de confianza, con segundas intenciones, antifeminista y poco inteligente”. “En el caso de Pamela Anderson podemos ver cómo su feminidad y su capacidad de actuar como mujer se convierten en armas en su contra. El uso de la feminidad como arma contra las supervivientes es muy común en los juicios por agresiones sexuales, forma parte de la cultura de la violación por la creencia de que ‘pide’ ser agredida. Por ejemplo, por el largo de la falda o por la cantidad de maquillaje”, añade. 

La clave está en el consentimiento. De alguna manera, se entendía que Pamela Anderson había consentido ser un objeto sexual para los hombres. Por tanto, ese consentimiento era una carta blanca para apropiarse de su sexualidad en cualquier circunstancia. Así lo explica la periodista Alba Correa: “Ella dejó claro que posar para Playboy era una forma de liberarse de sus traumas sexuales y de los traumas con su propio cuerpo. A lo mejor otra persona encuentra otra forma, pero a ella le funcionó esa. La cuestión es que supo distinguir nítidamente lo que consintió y lo que fue un ultraje. Ella pensó: ‘Me habéis visto todos desnuda, pero para esto otro no teníais permiso’”.

Pamela Anderson en Los vigilantes de la playaPamela Anderson como CJ en ‘Los vigilantes de la playa’ | Netflix

La devaluación de lo femenino 

Otra de las cuestiones que subraya la propia Pamela Anderson en el documental de Netflix es que la publicación de la cinta de vídeo dinamitó su carrera. “Me convertí en un chiste”, dice.

Incluso cuando comenzó su activismo medioambiental y en defensa de los derechos humanos, nadie la tomaba en serio. En las entrevistas le preguntaban por sus novios, por sus pechos o por su sexualidad en relación a su maternidad. “¿Tus hijos han visto tus fotos en Playboy?”, le preguntan en una ocasión. “Se me ocurrió vincular eso con mi activismo y aprendí a cambiar de tema”, explica la actriz. Así, en un programa de televisión, el presentador espeta: “Tú gastas poco en ropa, se nota”. Y ella contraataca: “Hablando de ropa, ahora que llega el frío la gente empieza a usar abrigos de piel, pero nadie querría llevarlos si supiesen la crueldad que hay detrás”. 

“Todo lo vinculado a la feminidad se considera frívolo, y más aún si va ligado a la sexualidad. Desaparece tu legitimidad para poder hablar de otros temas que se consideran más serios”, apunta en conversación con Newtral.es la actriz y directora Abril Zamora. “Esto se ve mucho en nuestro mundo, donde se nos considera incapaces de dominar varios registros si decidimos mostrar nuestro cuerpo. Yo puedo hacer perfectamente Lady Macbeth aunque me haya puesto tetas”, sentencia Zamora.

La periodista Alba Correa apunta que “a menudo, las actrices que se llevaban un Oscar eran aquellas que se habían sometido a una transformación física muy fuerte que las alejaba de esa norma, de esa feminidad”. “De alguna manera, se les reconoce mayor valía profesional, como en el caso de Charlize Theron en Monster o en el de Nicole Kidman en Las horas”, añade. 

En este sentido, Rhea Ashley Hoskin puntualiza que una de las creencias que sustentan la cultura patriarcal es que “la feminidad y las mujeres son de menor valor porque están al servicio de la masculinidad y de los hombres”. Es decir, “se percibe la masculinidad y a los hombres como mejores”. “Por tanto, cuando la gente adopta la masculinidad, hasta cierto punto se ve como un ascenso, un peldaño en la escala social. Tiene sentido que alguien quiera ser hombre o tener una expresión masculina, pero ¿quién querría ser mujer cuando eso significa estar socialmente subordinado?”, añade la socióloga e investigadora.

Pamela Anderson en una conferencia sobre los derechos de los animales | Shutterstock

‘Femmefobia’ y el arquetipo de “mujer descarrilada”

La historia de Pamela Anderson que trascendió en la década de los 90 y de los 2000 no solo sirvió para dejarle claro a ella que no encajaba con la imagen de la mujer decente, sino que fue un dispositivo de control. Una forma de regular la feminidad y de aleccionar a las jóvenes que veían en la actriz una referente y un modelo aspiracional. Como expresa Rhea Ashley Hoskin: “Sirvió como un cuento con moraleja para mantener a raya a las mujeres jóvenes”. 

La investigadora y socióloga recoge el concepto de “trainwreck woman” (“mujer descarrilada”) acuñado por Jude Elison Sady Doyle, que se aplicaría a figuras como la de Marilyn Monroe, pero también a las de Britney Spears, Lindsay Lohan o Anna Nicole Smith. Es decir, la idea de que hay mujeres que son decentes y mujeres que no lo son.

“Este arquetipo es lo contrario a la ‘feminidad aceptable’ o la ‘buena feminidad’. Son mujeres atrevidas, sexuales, a menudo hiperfemeninas, que rompen las ‘reglas’, que tienen objetivos cuestionables para la sociedad, ansían poder o atención y no ejercen la moderación que la sociedad les exige. Por eso se las considera un ‘desastre’. La cultura pop está obsesionada con ellas mientras las castiga por no acatar las reglas de la feminidad. Por eso la sociedad no puede apartar la vista del ‘horror’ de una mujer indómita que rompe las reglas”, añade Hoskin. 

La escritora y dramaturga Alana Portero habla de la hipervigilancia estética como una forma de control: “Lo hiperfemenino es muy poderoso y, por tanto, es una amenaza. De alguna manera, no se puede consentir que una mujer sea poderosa en todas sus facetas, es decir, en la estética y en la intelectual. Tienes que rebajarla como sea. La feminidad tolerada, de buen gusto, es la ama de casa de los años 50: hiperfemenina pero tapadita y solo dentro de su casa o en reuniones sociales donde se las puede controlar”.

Esa delimitación de la expresión de la propia identidad, hiperfemenina e hipersexual como en el caso de Pamela Anderson, es una forma de femmefobia, un concepto sobre el que investiga y publica Rhea Ashley Hoskin desde la Universidad de Waterloo: “La femmefobia hace referencia a la forma en la que la sociedad devalúa y regula la feminidad. Es decir, cómo se perciben como menores las cosas femeninas y, a la vez, esperamos que la feminidad se rija por normas extremadamente estrictas. Si te desvías de esas normas, te enfrentas al ridículo, a la violencia y al juicio público”. 

Hoskin apunta que la femmefobia está relacionada con la misoginia, aunque la primera “ataca específicamente la feminidad”, mientras que la misoginia “ataca a las mujeres”: “Para algunos, feminidad y mujer son lo mismo, pero no tiene por qué: las mujeres, los hombres y las personas no binarias pueden variar en la masculinidad y feminidad que expresan”. Por ello, la femmefobia afectaría no solo a mujeres, cis y trans, sino a cualquier persona cuya expresión de género es femenina. 

En el caso de Pamela Anderson, la femmefobia y la misoginia formaron un tándem, como apunta la socióloga e investigadora canadiense: “Las reglas de la feminidad y de la mujer adecuadas dicen que hay que ser modesta, abnegada, virtuosa, realizada para los hombres, natural, sumisa, pura… Una regla clara que la actriz rompió fue la de la feminidad natural. Se espera que las mujeres sean femeninas de maneras inalcanzables, pero deben conseguirlo de formas que parezcan naturales. Pero ella decía abiertamente que se había puesto implantes mamarios”. Es una ruptura de “lo natural” que causó “obsesión e indignación social”, reitera Hoskin. 

Otro de los mandamientos que Pamela Anderson quebranta es el de la feminidad al servicio del deseo masculino. Como apunta la escritora Alana Portero: “No soportaban que una mujer dijera que se había operado para sí misma, porque quería, como si todo fuese una exposición para los hombres y esa fuera la única justificación posible, la única vía aceptable”. 

“Si bien es cierto que el patriarcado se ha servido de ciertos dispositivos estéticos para mantenernos en una posición inferior, hay quienes son incapaces de imaginar otro uso, uno para la expresión personal”, concluye Alba Correa.

Fuentes

Documental ‘Pamela Anderson: Una historia de amor’

Rhea Ashley Hoskin, socióloga e investigadora en la Universidad de Waterloo (Canadá), especializada en género, sexualidad y feminidad

Alana Portero, escritora y dramaturga

Abril Zamora, actriz y directora

Alba Correa, periodista especializada en moda y feminismos

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