Los datos detrás de la dificultad para probar violencia e intimidación sin lesiones en una agresión sexual

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Demostrar que ha habido violencia o intimidación en un caso de agresión sexual “es muy sencillo” porque con “una herida” ya se confirma. Así lo aseguró la ministra de Justicia, Pilar Llop, en una entrevista en La Ser este martes (min. 20:21). 

Sin embargo, los datos indican que es poco habitual que una agresión sexual deje secuelas físicas en las víctimas. Por esta razón, las expertas consultadas explican las dificultades que entrañan estos casos a la hora de demostrar que ha habido violencia e intimidación cuando la víctima no sufre lesiones. Te lo explicamos.

Los datos ante la afirmación de Llop: el 83,5% de las víctimas de violencia sexual no tuvieron lesiones físicas

No es fácil demostrar que ha habido violencia o intimidación en una agresión sexual porque, en la mayoría de los casos, las agresiones no dejan marcas ni heridas. Así lo aseguran las expertas consultadas por Newtral.es y los datos. 

Según la última macroencuesta de violencia contra la mujer elaborada en 2019 por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, el 83,5% de las mujeres que han sufrido violencia sexual a lo largo de su vida fuera de la pareja declara no presentar ninguna lesión a consecuencia de esas agresiones. Un porcentaje que aumenta si se acota a las mujeres encuestadas que sufrieron agresiones sexuales en los últimos cuatro años (96,6%) y aún más para aquellas que fueron agredidas en los últimos 12 meses (99,1% declara que no sufrió heridas) (página 163).

En cambio, el porcentaje de mujeres que declara haber sufrido secuelas psicológicas –ansiedad, fobias, ataques de pánico o desesperación– derivadas de la violencia sexual fuera de la pareja asciende al 53%. La encuesta se realizó a 9.568 mujeres entre el 1 y el 9 de diciembre de 2018.

Además de esta estadística, los datos que arrojan los tribunales también indican la menor apreciación por los jueces de la existencia de violencia o intimidación en una agresión sexual. Según el INE, de los 3.960 delitos sexuales juzgados en 2021, solo 491 fueron por agresión sexual mientras que 1.556 fueron por abuso [antes de la ley del solo sí es sí, se consideraba abuso cuando el agresor no emplea violencia o intimidación]. Es decir, los jueces únicamente acreditaron que hubo intimidación o violencia en el 12,6% del total de los delitos sexuales se condenaron en 2021.

“Un acto violento puede no dejar secuelas”: la opinión de una médica forense con más de 20 años de experiencia 

“En la práctica es habitual exigir en los Juzgados un parte de lesiones, porque parece que si no hay lesiones no ha pasado nada, cuando en la realidad un hecho violento no tiene por qué dejar marcas”. Así lo explica a Newtral.es Eva Bajo, médica forense y subdirectora del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Las Palmas.

Empujar, agarrar, zarandear, inmovilizar, imponerse por número o por tamaño, empotrar contra una pared, incluso agarrar por el cuello son agresiones violentas que, sin embargo, no siempre dejan una marca concreta. “La víctima las vive con estrés y con miedo, pero no han dejado absolutamente ninguna lesión física sobre su cuerpo”, añade Bajo con conocimiento de causa, ya que atiende a víctimas de violencia de género desde hace dos décadas.

De la misma forma se expresa Susana Gisbert, fiscal especializada en violencia de género. “La intimidación por definición no deja señales físicas, frente a la violencia que puede dejarlas o no (como un bofetón), tampoco la ausencia de consentimiento sin violencia o intimidación”. 

Gisbert explica a Newtral.es que “son los casos más fáciles de probar” aquellos en los que la víctima presenta lesiones físicas, heridas, indiscutiblemente vinculadas a la agresión sexual. “Si no, estamos hablando de la palabra de ella contra la de él, y en caso de duda prevalece la presunción de inocencia”. 

Además, Bajo apunta a los casos de sumisión química como algunos de los más difíciles de demostrar que ha habido violencia debido a la falta de estas “heridas”. “Una víctima de vulnerabilidad química no presenta lesiones, lo más lógico es que no haya nada”. Y añade un escollo más: las lesiones inespecíficas, aquellas que podrían o no atribuirse a una agresión. “Son las lesiones inespecíficas o incompatibles que pueden haberse provocado en otras circunstancias y no por una agresión sexual”.

Los prejuicios y mitos sobre las agresiones sexuales: es habitual que la víctima no reaccione ni se defienda

Para la médico forense, aún pesa sobre los tribunales el prejuicio de que una agresión sexual implica fuerza, violencia extrema y, por tanto, está asociada a lesiones claras sobre la piel. “El paradigma de la violación sigue siendo un acto cometido con gran agresividad cuando la realidad no siempre es así, hay muchas formas de violencia sexual”. Además, la víctima no tiene por qué defenderse, lo que baja las probabilidades de que aparezcan “heridas” sobre su cuerpo. “Los mecanismos de respuesta ante una agresión sexual muchas veces consisten en una reacción adaptativa, completamente previsible por otro lado, ya que la víctima quiere sobrevivir”, argumenta Bajo. 

Precisamente, ese fue el detonante del caso de La Manada cuando la Justicia dictaminó en un primer momento que la violación en grupo había sido un abuso, dado que no consideraban probado que hubiera violencia o intimidación. Una conclusión corregida posteriormente por el Tribunal Supremo, que elevó el delito a violación (agresión). 

En relación al abuso y a la agresión, Patricia Faraldo, catedrática de Derecho penal en la Universidade da Coruña, indica a Newtral.es que “hay cuatro veces más denuncias por abuso que por agresión sexual”, lo que demuestra que “la mayoría de las víctimas no se resisten físicamente por tanto, no sufren lesiones físicas ni heridas, al contrario de la idea preconcebida”. Por ello, para determinar lo que ha ocurrido en realidad hay que “escuchar a la víctima”. Es decir, dibujar el marco psicológico de una mujer que ha sido agredida sexualmente. 

Sin embargo, esto también acarrea muchas dificultades ya que “todavía no se entienden bien cuáles son los mecanismos del trauma para determinarlos como pruebas judiciales”, añade la médica forense. “Hay secuelas psicológicas que hay que saber identificar, que forman parte de un cuadro psicológico, un relato de cambios en la actitud vital de la víctima”, continúa Bajo. Aunque, para ello, es necesaria aplicar en estos casos una perspectiva a largo plazo. “El estrés postraumático se determina con el tiempo y no todo el mundo cura de la misma manera”, añade al respecto la fiscal de violencia de género.

Fuentes

Eva Bajo, médica forense y subdirectora del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Las Palmas

Susana Gisbert, fiscal especializada en violencia de género

Patricia Faraldo, catedrática de Derecho penal en la Universidade da Coruña

Macroencuesta de violencia contra la mujer 2019

INE

Entrevista de Pilar Llop en La Ser

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