Se llamaba Jeanne Louise Calment. Conoció a Van Gogh en su Arlés natal. Fue esgrimista y ciclista… hasta que cumplió los 100 años. Dejó de fumar 17 años después. Y llegó a los 122 años, eso sí, ciega y sorda. Pero razonablemente lúcida. Es un caso tan único como controvertido. Calment fue, hasta la fecha, la mujer más longeva del mundo. Aunque su longevidad ha sido cuestionada, parece claro que fue una mujer fuera de lo normal. Y nos aproxima a una respuesta sobre cuál es la edad límite para la vida humana.
Si damos por buena la historia de Calment, los humanos (las humanas) habríamos llegado a los 122 años con 164 días. Pero un estudio liderado por David McCarthy (Universidad de Georgia, EE.UU.) y Po-Lin Wang (Universidad Sur de Florida) llega a la conclusión de que esta marca se superará seguramente este mismo siglo. A su modo de ver, estamos lejos de acercarnos a un límite de edad para la vida humana máxima, según un examen de la mortalidad humana a lo largo del tiempo realizado en 19 países, incluida España.
Según su estudio, basado en datos de cohortes que recogen registros hasta el siglo XIX, a lo largo de la historia, la mortalidad ha tendido a comprimirse. Ha habido episodios ocasionales de postergación de la mortalidad, algo que, según los autores, sugiere que aún estamos lejos de la longevidad humana máxima.
Eso sí, la investigación precisa que los grupos de población nacidos entre 1900 y 1950 sólo podrán romper los récords de longevidad con políticas de apoyo a la salud pública y el bienestar de las personas mayores. A eso se debe sumar un entorno político, medioambiental y económico estable.
Este estudio, como casi todos los que ahondan en temas de longevidad máxima, miran al pasado para pronosticar un futuro. Por lo tanto, queda en el aire la pregunta: ¿Hay una edad límite que imponga la biología para la vida humana? ¿Cuánto es el máximo que un ser humano puede llegar a vivir?
¿Cuánto es el máximo que un ser humano puede llegar a vivir?
La esperanza de vida humana ha crecido más del doble desde la época de la Ilustración, cuando el promedio se quedaba en apenas 40 años. No quiere decir que en aquella Europa no hubiera ancianos, pero muchas personas (infancia incluida) caían víctimas de infecciones, heridas de guerra y partos malogrados antes de alcanzarla. Ahora esta cifra ronda los 80. La cuestión es, por lo tanto, si esos 80 o 90 años es lo máximo a lo que la mayoría podemos aspirar con un entorno que minimice el impacto de los factores ‘externos’ que nos hacen morir.
Jeanne Calment vivió, teóricamente, 122 años y medio. No es este un límite prefijado de la vida humana.
Explica Nick Stroustrup, investigador en el Centro de Regulación Genómica –ajeno a este trabajo–, que la ‘esperanza de vida’ es en realidad bastante difícil de estimar por la sencilla razón de que “el futuro es incierto”. Este estudio se basa en la “tradición de modelar datos históricos de mortalidad. Pero no nos vale para dar con una teórica edad límite para la vida humana”, explica desde Barcelona, donde investiga la longevidad con unos seres muy peculiares: gusanos idénticos.
Sus más de 20.000 ejemplares buscan responder a por qué dos seres idénticos genéticamente, viviendo en condiciones parecidas, no van a vivir lo mismo. Y, de ahí, a los modelos matemáticos, donde todo se complica aún más. «La persona de mayor edad en un pueblo pequeño por lo general será mucho más joven que la persona de mayor edad en todo un país, simplemente porque el país tiene una población más grande. Si la tierra albergara a 8 billones de personas y no a 8.000 millones, tal vez ya tendríamos un ejemplo de alguien que vive hasta los 140 años», ejemplifica.
¿Cómo podemos saber si lo que medimos es solo un artefacto de tamaño de muestra limitado? El número de supercentenarios ha crecido marcadamente desde mediados de los años setenta. Sin embargo no ha crecido al mismo ritmo la esperanza de vida o longevidad. Es decir, esos supercentenarios no serían tan representativos de lo que implica el envejecimiento humano en condiciones ideales. ¿Son supermujeres esas supercentenarias como Calment?
¿Qué es envejecer?
Si atendemos a lo que ocurre en otras especies, el envejecimiento no es inevitable. Hay especies que viven apenas unos meses. O, incluso, días. La Dolania americana, con aspecto de libélula, vive menos de cinco minutos tras realizar su muda final. Pero hay moluscos que superan los 400 años en estado joven. “El envejecimiento biológico es el proceso subyacente que conduce al envejecimiento demográfico: el rápido aumento del riesgo de muerte con la edad”, resume Stroustrup. No es una definición muy biológica del asunto, pero es la más usada a nivel demográfico.
La mayoría de las personas en el campo del envejecimiento están llegando a la idea de que, mecánicamente, el envejecimiento es multifactorial y que muchos mecanismos biológicos contribuyen a una disminución funcional sistemática. Dicho de otro modo, envejecer es tener más probabilidades de padecer enfermedades.
En 2021 preguntamos al doctor Eugenio Viña, catedrático y Premio Nacional de Investigación en Biomedicina en 1998, que lleva cuatro décadas escudriñando factores genéticos y nutricionales que influyen en el envejecimiento. “Es verdad que envejecemos porque nos oxidamos, pero no es toda la verdad. Hay otras cosas que nos llevan al colapso energético y vital”, explicaba el profesor. Por ese lado no encontramos una cifra que marque la edad límite de la vida humana.
“El acortamiento de los telómeros es otra cara del envejecimiento. Los cromosomas, que empaquetan el ADN, tienen unos remates que son esos telómeros. Cada vez que la célula se divide, se acortan un poquito. Llega un momento en que esa capa protectora es tan corta que ya no puede duplicarse más”. Al menos hay otros siete marcadores distintivos del envejecimiento en nuestras células.
Uno de los cambios más importantes es la llamada metilación, explica por su parte María Paulina Correa (Universidad de Chile). En la metilación se añade un químico a nuestro ADN para que todo vaya bien. “Con la edad, disminuye de forma generalizada la metilación, aumentando el riesgo de encender genes que expresan deterioro y enfermedades. Por eso, conocer la cantidad y lugares de metilación del ADN podría ser una forma útil de medir el envejecimiento”. Correa y su compañero Christian Gonzalez-Billault dan los detalles de este fascinante proceso de los relojes epigenéticos en un artículo en The Conversation.
Pero estos aspectos bioquímicos no permiten todavía darnos una respuesta sobre el límite de edad para la vida humana. Para Viña “asumimos que el límite de la vida humana normalmente está en los 100-110 años, y con calidad de vida”. Y ahí tiramos de perspectiva histórica, una vez más, y de matemáticas.
Las matemáticas tras el límite de la edad humana
El método más antiguo para calcular la esperanza de vida usa la ecuación de Gompertz. En el siglo XIX, este matemático que trabajaba para una aseguradora observó que la tasa de mortalidad humana por enfermedad aumenta de manera exponencial con el tiempo. Parece obvio. Volvemos a esa idea de que envejecer es, esencialmente, tener más papeletas para enfermar. La probabilidad de morir se multiplica aproximadamente por dos cada ocho o nueve años. Pero esto es algo observacional. Y, desde luego, va ‘por barrios’, por regiones del mundo y por renta.
Aquella ecuación y su modelo en sí “no predice una vida máxima o límite de un ser humano, sólo dice que es mucho más probable que muramos cada año”, aclara Stroustrup. “La búsqueda de límites ‘intrínsecos’ o ‘teóricos’ para la esperanza de vida utilizando datos históricos puede no ser tan útil porque en el futuro podemos intervenir”. Y ahí es donde entra este último estudio, que, como explica Jesús-Adrián Álvarez (Sociedad Demográfica Danesa), “llega a la conclusión de que no hay una edad límite para la vida humana”. Pero eso, tiene truco.
McCarthy y Wang están tratando de estimar una ‘edad máxima’ que no es la edad máxima real que nos planta ante la muerte, sino el momento en que el riesgo de muerte de una población se desacelera. Esto ha venido pasando a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y cumpliéndose una regla que antes no se daba: cuando las personas vivas hoy en día sean muy viejas, su riesgo de muerte será menor que en el pasado. Aumenta su ‘vida útil’.
Pero los autores ”extrapolan patrones de mortalidad a edades mayores a 100 –precisa Álvarez–, por lo que existe mucha incertidumbre en si el récord de longevidad pueda ser sobrepasado en un futuro próximo”.
Otros matemáticos han puesto cifras a ese límite de edad teórico para la vida humana, siempre basándose en factores históricos conocidos. Le explicaba el estadístico y matemático Léo Belzile (HEC Montréal) a Javier Yanes en OpenMind que “la vida es como una carretera que recorremos hasta la muerte. Un límite a la vida humana sería como un obstáculo insuperable, digamos un muro, que fuera imposible de cruzar y nos forzara a detenernos al alcanzarlo”. Su modelo, publicado en 2021, alcanza a ver a los 130 años. Su ‘catalejo’ sólo sirve en las distancias cortas y no ven muros más allá de esa edad. Así que asumimos que existen. Pero también podemos inventar tecnologías para derribarlos.
Nuestra sangre cambia con la edad. También los órganos. Fisiológicamente y matemáticamente apuntan a unos 120-135 años de tope, pero hay matices.
Todo esto es muy poco ‘biológico’ a la hora de calcular un límite de edad para la especie humana. En 2001, Thimothy Pyrkov se propuso indagar en la sangre de la gente mayor. Nuestra composición sanguínea cambia a lo largo de la vida. Y hay un momento en que, por así decirlo, ‘no puede más’. Fisiológicamente calculó que un humano no puede alargar su vida más allá de los 135 años.
Otro estudio, con modelos informáticos, concluyó que el límite de lo que puede durar la vida humana es de unos 150 años. En su caso, también midieron patrones de envejecimiento de la sangre y órganos y su capacidad para recuperarse. Al siglo y medio calcularon que las células ya no tienen manera de reemplazarse.
Hay marcadores de desgaste de nuestros órganos, hasta que dejan de funcionar. Por ejemplo, la función ocular. Sin embargo, hay a quien el riñón les funciona de maravilla a los 100. La mayoría de los cálculos dicen que a los 120 años habría que hacer un recambio de la mayoría si quisiéramos sobrevivir. Por ahora es ciencia ficción, pero si fuese posible ese trasplante a la carta, quizás nada impediría ir más allá. Aun así, 120 años es una cifra muy notable, lejos de los 80 a 90 actuales para un país como España.
Sin embargo, hay elementos en el horizonte que no garantizan que la generación nacida ahora muera centenaria. Amenazas para la salud por la emergencia climática y ambiental, enfermedades emergentes, como la covid –que han recortado la esperanza de vida– o guerras son un tope que no se puede descartar. Por el otro lado, los avances científicos y técnicos y una mayor justicia social puede compensar esos efectos.
¿Quién tendrá razón? ¿Cuál de los enfoques es más correcto? “Supongo que dentro de unos 50 años, cuando la mayoría de nosotros estemos muertos y los conjuntos de datos estén completos, podremos saber con seguridad qué grupo de investigación estaba en lo cierto”, concluye Stroustrup.