“¿Por qué sigue tirando agua al mar el río Ebro si Cataluña y el Levante la necesitan?”, "Los ríos tiran agua al mar”, “El Ebro ha echado al mar en 20 días el agua que consume España en todo un año”. Son algunos ejemplos de la narrativa que afirma que el agua del río que llega a su desembocadura es un desperdicio por no ser aprovechada para el consumo humano a través de embalses, por ejemplo. Pero no es verdad: el agua que llega al mar aporta nutrientes y sedimentos clave para la vida marina y la pesca y el ciclo natural del agua asegura que vuelva de nuevo a los ríos más adelante. Además, los embalses y presas, la principal infraestructura para el uso humano del agua de los ríos, tienen sus propios impactos y favorecen la evaporación del agua de los ríos.
“El agua no se desperdicia cuando sale al mar porque el propio río la usa”, destaca a Maldita.es la bióloga, ingeniera de montes y profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Montes, Forestal y Medio Natural de la Universidad Politécnica de Madrid, María Dolores Bejarano. Para Pao Fernández, este mito es fruto del “desconocimiento completo del ciclo del agua y de cómo funciona el ecosistema fluvial”.
El río lleva sedimentos que mantienen los deltas, las playas y la vida marina
Esta imagen de la desembocadura del río Magdalena en el mar Caribe muestra con sus tonos marrones cómo los ríos aportan sedimentos y nutrientes al llegar al mar, donde alimentan la vida marina y facilita que se reproduzcan los peces y mantengan los ecosistemas de las desembocaduras. Al construir una presa en un río para obtener agua potable, regular riadas o producir energía eléctrica, se crea un obstáculo para los nutrientes y sedimentos que el caudal que arrastra. “Al otro lado [de la presa] pasa el agua, pero no lleva sedimentos, y el agua sin sedimentos tiene una gran capacidad erosiva del cauce aguas abajo.
Esos sedimentos, que sirven para crear y mantener los deltas y las playas, ya no llegan, y estos empiezan a desaparecer a no tener aporte de sedimentos, como ocurre en el delta del Ebro”, indica Pao Fernández. Señala en el mismo sentido Dolores Bejarano: “Las presas quitan agua y sedimentos y el delta del río Ebro se retrae, con poca sedimentación en la desembocadura”. En la cuenca del Ebro hay al menos 12 embalses y decenas de presas.
Los sedimentos atrapados en embalses y presas también son alimento para las plantas, por lo que el embalsamamiento del agua reduce la fertilidad del suelo. Además, el agua de un río sin embalsar contiene “una enorme cantidad de nutrientes y sedimentos que fertilizan las aguas costeras, lo que estimula la formación de microalgas y fitoplancton que, a su vez, sirven de alimento para la fauna acuática de la zona”, indica a Maldita.es Laura Fernández, ambientóloga, técnica superior en Gestión del Medio Ambiente y responsable de contenidos de iAgua. De esta forma, los embalses suponen perder pesca por esta mengua de nutrientes, añade la directora de proyectos de Dam Removal Europe.
El agua que llega al mar vuelve a los ríos por el ciclo de agua
El ciclo del agua es un proceso sin fin de circulación del agua desde las nubes hasta la tierra, de ahí al océano a través de los ríos y aguas subterráneas y de vuelta a las nubes por la evaporación y la transpiración de los seres vivos. Por lo tanto, que el agua llegue al mar no significa que no se aproveche en un futuro para consumo humano al recuperarse en forma de precipitaciones, destaca Carlos García de Leaniz, catedrático de Biología Acuática en la Universidad de Swansea (Reino Unido) e investigador principal del Proyecto AMBER, siglas en inglés de Gestión Adaptativa de las Barreras en los Ríos Europeos.
Más evaporación del agua y menos recarga de acuíferos por hacer embalses
De hecho, señala el experto, la temperatura del agua en aguas embalsadas normalmente es mucho mayor y se distribuye en una superficie mayor, lo que supone una mayor evaporación del agua del río, una pérdida de agua por evaporación en lagos y agua embalsada que va a más por la subida global de temperaturas. “El agua que llega al mar se evapora, pero lo que sí se queda en las presas para siempre son los sedimentos hasta que se colmate o se rompa. El río es una cinta transportadora de sedimentos, energía, agua y organismos”. La crisis climática también acelera el ciclo del agua al aumentar la evaporación en océanos y continentes.
Aunque pueden utilizarse distintas técnicas para aprovechar el agua de los ríos, en España el 100% de los ríos que dan al mar en España están represados y sólo existen dos ríos en Europa continental totalmente libres en más de tres millones de kilómetros de ríos, destaca a Maldita.es Pao Fernández, directora de proyectos de Dam Removal Europe.
Pese a la utilidad de los presas para embalsar agua potable o lograr energía hidroeléctrica, “con la presa desnivelas el nivel del agua subterránea, impides la recarga de acuíferos aguas abajo y también aguas arriba porque empiezas a tener una capa creciente de sedimentos impermeable que impide que el agua se infiltre y llegue a los acuíferos. Los acuíferos son vitales para pasar el verano, tanto para las personas como los ecosistemas. Además, es la forma más eficaz de acumular agua porque no se evapora”, añade Pao Fernández.
Precisamente las aguas subterráneas, junto al almacenamiento del agua en balsas de riego con un bajo porcentaje de sedimentos en las zonas de regadío, en vez de ocupando el cauce fluvial, son alternativas a los embalses para poder aprovechar el agua para el consumo humano, la agricultura y la industria, indica a Maldita.es Julia Martínez Fernández, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA). También se puede desviar agua sin represar un río, añade Pao Fernández.
Un mejor y mayor reciclado del agua, el aprovechamiento de la lluvia, las presas “permeables” y pozos en la llanura de inundación son más opciones distintas de los embalses, entre otras, para Carlos García de Leaniz.
Además de en el ciclo del agua, los ríos también influyen en el ciclo del carbono al atrapar carbono y por tanto evitan que contribuya a la crisis climática. Pero hay embalses que, dependiendo de la geología, pueden secuestrar o liberar carbono, sobre todo en forma de gas metano, que tiene gran potencial de efecto invernadero. Es decir, en algunos casos los embalses pueden contribuir al calentamiento global, destaca Carlos García de Leaniz.
El embalsamamiento del agua, indica Pao Fernández, genera “problemas de calidad de agua porque está retenida, problemas de diferencia de temperatura y problemas de oxigenación por no moverse, lo que supone problemas de abundancias de cianobacterias”, que son capaces de generar toxicidad en aguas de consumo y baño.
Embalsar afecta a la fauna y la ecología del río
El caudal ecológico es la cantidad de agua que permite mantener, como mínimo, la vida de los peces que habitan en un río y también la vegetación de su ribera. Laura Fernández indica que mantener los niveles fluviales y marinos “requiere un determinado flujo de agua que, de verse interrumpido o alterado, afectaría a los procesos ecológicos existentes en el sistema fluvial y a la modificación de sus valores naturales”.
Las presas impiden el paso a los peces migratorios (como el salmón y la trucha, que remontan ríos para reproducirse, o la anguila, que migra al mar para poner sus huevos) y contribuyen a su disminución, resume Pao Fernández. Para la directora de proyectos de “Nuestros ríos son cloacas y esqueletos respecto a lo que eran” y la cuestión de por qué debe llegar agua al mar “es como preguntarse para qué fluye la sangre en nuestras venas”.