No estamos ante el único fenómeno ambiental extremo que volveremos a ver debido a la crisis climática. El autor del texto analiza varios hechos y señala que es necesario adoptar medidas de adaptación y de mitigación para afrontar la emergencia climática ante la que nos encontramos.
Luis González Reyes. Miembro de Ecologistas en Acción. Revista Ecologista nº 121.
Fruto del cambio climático1, volveremos a ver danas de la intensidad de la reciente en Valencia o mayor. La combinación entre un Mediterráneo ya muy caliente y una temperatura atmosférica también alta es que toda esa inmensa energía genera más vapor de agua que termina descargando torrencialmente sobre tierra. Ante eso, necesitamos medidas de adaptación y de mitigación.
Adaptación a un clima plagado de constantes excepcionalidades
Cuando el cielo descarga 400 l/m², como ha sucedido en varios puntos del País valenciano, o 1.000 como ocurrió en Grecia y 400 en Libia el año pasado, no hay nada que pare al agua. Un elemento central en las transformaciones ecosociales es no pensar que vamos a poder con todo. El ser humano no es ni omnisciente ni omnipotente, ni siquiera con el concurso de la tecnología. Por ello, aunque es importante contar con buenos tanques de tormentas en las ciudades o que las áreas urbanas tengan el menos asfalto posible para que el suelo drene el agua, será insuficiente. Tampoco valdrá construir ni más presas, ni más altas. Es más, ese tipo de medidas colocan una bomba de relojería aguas abajo si los muros de contención se rompen ante fuertes avenidas. Ni que decir tiene que las canalizaciones no resuelven estas situaciones, sino que las agravan. Hay que contar con que el agua será imparable y habrá que pensar más en retenerla que en evacuarla2.
En consecuencia, no es el momento climático de reconstruir todas las viviendas que han quedado inhabitables en zonas inundables, sobre todo en las de riesgo mayor, que son las que se encuentran en los barrancos y avenidas (lo que no implica dejar a quienes habitaban allí sin vivienda, por supuesto). Lo que toca es dejar espacio a la naturaleza en esas zonas. Si es posible reconstruyendo bosques de ribera, mejor, pues son determinantes en reducir la velocidad del agua en las riadas y permitir su expansión. Dicho en términos de sectores económicos: menos construcción y más silvicultura.
Un segundo elemento que la tragedia valenciana ha mostrado con claridad es que es determinante contar con medios de emergencia y sanitarios más robustos. Es necesario reforzar esos servicios públicos. Sin embargo, por más que se puedan fortalecer y estar preparados, nunca van a ser suficientes. Si una cosa ha demostrado esta dana no es solo que la solidaridad y el apoyo mutuo salen de manera espontánea en el ser humano en estos casos, sino que es imprescindible que así sea. Aunque no se hubiese desmantelado la unidad de emergencias por parte del Gobierno valenciano y hubiera estado mejor dotada, no habría podido afrontar en solitario la magnitud del desastre. Es imprescindible el trabajo de toda la población autoorganizada.
Esta autoorganización se puede y debe trabajar. Por un lado, capacitando a la población para actuar en estos casos. Nuestros currículos escolares requieren de la introducción de los aprendizajes necesarios para afrontar el caos climático, algo de lo que carecen3. Son aprendizajes que, como poco, son tan importantes como las matemáticas o el inglés.
Pero la formación no es suficiente. Necesitamos organizaciones populares preparadas para estos eventos. Esto no es algo que está por inventar, sino que ya existe. Por ejemplo, en muchas comarcas hay redes de personas autoorganizadas junto a las administraciones locales para afrontar incendios. Necesitamos redes de este tipo que sepan de primeros auxilios, de retirada de escombros, de construcción de bancos de alimentos, etc. También que tengan los medios a mano para actuar: palas, botiquines, etc.
Cuando el cielo descarga 400 l/m², como ha sucedido en varios puntos del País valenciano, o 1.000 como ocurrió en Grecia y 400 en Libia el año pasado, no hay nada que pare al agua
De manera más amplia, una emergencia como la que vivimos, que en realidad no es solo climática, sino también ecosistémica, material y energética atravesada de fuertes desigualdades y de un sistema socioeconómico muy frágil ante ellas, requiere de la energía de toda la sociedad. Si conseguimos forzarle, el Estado podrá catalizar algunos de los cambios necesarios (y es importante que lo haga), pero sin poner toda la fuerza social al servicio de la transformación, ésta no va a ser posible. Todas las capacidades del Estado, que no son pocas, se han quedado pequeñas en las primeras jornadas de esta dana comparadas con la fuerza social. Las miles de personas que llegaron a las zonas más afectadas días antes que las palas del Estado son un ejemplo gráfico. El lema repetido de “solo el pueblo salva al pueblo” es bastante literal. Nadie va a realizar (o forzar a realizar) en nuestro lugar las transformaciones imprescindibles.
Un último elemento es la construcción de autonomía. Hemos presenciado como los impactos se han visto acrecentados por una alta dependencia de la población de grandes sistemas que no controlamos. Por ejemplo, dejó de haber electricidad en muchos lugares o la movilidad se hizo imposible. Construir autonomía en el campo energético sería apostar por renovables que sean realmente renovables y emancipatorias4. Es decir, aquellas fabricadas con materiales y energía renovable y que podamos controlar. Los paneles solares en casa (desenganchables de la red si son fotovoltaicos) o los hornos solares ayudan a esta autonomía. En el caso de la movilidad, una técnica humilde5 como es la bicicleta ha demostrado ser no solo mucho más útil en los primeros momentos, sino infinitamente menos dañina y peligrosa.
No se trata que la población prepare una despensa grande en casa. No hay salvación individual posible ni deseable. La la construcción de autonomía tan solo puede ser colectiva y solidaria. Esto nos tiene que llevar a elementos más profundos, como la desmercantilización. Otro de los problemas que han aflorado en la catástrofe es que la población que tenía comercios ha perdido su forma de vida y, a la vez, el Gobierno valenciano centra su actividad en la rehabilitación comercial, pues entiende que es central en la recuperación de una cierta normalidad. Esto es coherente en sociedades como las nuestras, en las que dependemos del mercado para sostener nuestra vida. Este sistema genera crecientes desigualdades. Esto se plasma en que la capacidad de recuperación familiar tras la dana está condicionada por la fortaleza económica de cada cual. Las ayudas públicas imprescindibles que llegarán no eliminarán esa desigualdad, ya que no lo hacen en nuestro cotidiano: vivimos en una sociedad tremendamente desigual. En contraposición, construir autonomía profunda frente a futuros desastres climáticos pasa por que nuestra subsistencia dependa más de economías comunitarias que de mercantiles. Esto permitiría que la capacidad de recuperación no dependa tanto del dinero atesorado, sino de relaciones de solidaridad más horizontales.
Mitigación de los peores escenarios climáticos
La clave no es solo la adaptación, sino evitar que el caos climático se dispare. Para ello es fundamental poner en marcha políticas que no solo reduzcan las emisiones, sino que lo hagan mucho y muy rápido.
No es el momento climático de reconstruir todas las viviendas que han quedado inhabitables en zonas inundables, sobre todo en las de riesgo mayor, que son las que se encuentran en los barrancos y avenidas (lo que no implica dejar a quienes habitaban allí sin vivienda, por supuesto)
El turismo no solo es el principal sector económico valenciano, sino que es uno de los que están espoleando con más intensidad las excreciones de gases de efecto invernadero6. Por lo tanto, es deseable no reconstruir la infraestructura turística que haya sido destruida. Dentro del turismo, la rama de actividad más impactante es el desplazamiento en avión, así que se deben desviar los ingentes recursos destinados a la ampliación del aeropuerto de Valencia a labores de adaptación y mitigación climática.
El sector del transporte, más allá del desplazamiento turístico, es el que más aumenta en sus emisiones y es por ello central en la lucha climática. En consecuencia, no es el momento de reconstruir carreteras, ni de volver a llenar de coches las calles que el agua ha despejado. Durante la dana, el coche se ha mostrado como un elemento mortal y entorpecedor. En realidad, es una clara metáfora de lo que es en realidad: la tecnología más eficiente diseñada por el capitalismo de destrucción masiva. Detrás de estas máquinas no solo está el cambio climático, sino la siniestralidad, la contaminación, la ocupación del espacio, las guerras por los recursos, el urbanismo disperso, etc.
Es imprescindible una movilidad a menores distancias, velocidades y volúmenes. Esto tiene implicaciones fuertes, como un urbanismo de cercanía, que en realidad es un urbanismo no de grandes ciudades como Valencia, sino de poblaciones con muchos menos habitantes. También significa una economía de proximidad, pues debe ser mucho más localizada y, para que ello sea posible, diversificada. Esto, de paso, implica abandonar la ampliación del puerto de Valencia.
Finalmente, la mitigación climática no es solo cuestión de dejar de emitir gases de efecto invernadero, sino también de absorber dióxido de carbono de la atmósfera en grandes cantidades. La silvicultura vuelve a aflorar como un sector determinante, pero el alimentario no lo es menos. Transitar desde un modelo agroindustrial hacia uno agroecológico implica una mayor autonomía alimentaria, unos suelos más ricos en materia orgánica y capaces de retener agua, y unas mayores posibilidades de adaptación climática. También permite cambiar el modelo agrario desde uno emisor neto de gases de efecto invernadero, hasta uno de enfríe el clima. Por ello, una infraestructura central que debe ser prioritaria reconstruir después de esta dantesca dana es la huerta valenciana, mucho antes que la mayoría de las autopistas por las que discurre el mortal capitalismo global-urbano-industrial. Y hacerlo bajo el modelo agroecológico y comunal7.
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